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domingo, 4 de mayo de 2008

La Activación en el Jugador de Rugby

Ha sido tradicional en nuestros equipos realizar antes de algunos partidos importantes un “calentamiento psicológico”. Generalmente consistía en que los jugadores se abrazaran en círculo dentro del vestuario y tras una arenga llena de referencias guerreras dada por el entrenador o por el capitán nos apretábamos abrazándonos fuertemente en repetidas ocasiones. Otra variante consistía, mientras estábamos sentados, en golpear con los tacos de las botas en el suelo todos a la vez, incrementando paulatinamente el ritmo, para acabar voceando todos al unísono.

No sabíamos muy bien por qué lo hacíamos y pensábamos que aumentando el nivel de activación de nuestros jugadores conseguiríamos mejores resultados, lograríamos amedrentar al adversario e impondríamos de esta forma nuestro juego, consiguiendo finalmente la victoria.

Merece, por tanto, la pena reflexionar sobre estos aspectos para conocer mejor cómo
activar a nuestros jugadores de forma adecuada para que su ejecución en el campo sea
la mejor posible. El rugby es un deporte con unas características definidas, es un juego de contacto físico, algunos de ellos muy intensos, pero en el que también es necesario tomar decisiones rápidas teniendo en consideración múltiples elementos (espacio, tiempo, compañeros, adversarios, etc.) por lo que requiere disponer de agilidad mental. Debemos pues lograr el nivel de activación óptimo para realizar ambos tipos de tareas, entre otras, de forma satisfactoria para un elevado rendimiento.

La activación y el rendimiento
La activación o arousal puede definirse como la energética de la conducta. Es producto de factores fisiológicos, cognitivos y conductuales, y es el proceso que moviliza los recursos para que se produzca la conducta deseada. Un determinado grado de activación no tiene porque tener consecuencias negativas para el rendimiento, es más, determinados niveles de activación son necesarios para jugar al rugby. El problema surge cuando los niveles de arousal son excesivamente elevados o bajos en un deportista impidiéndole obtener un rendimiento adecuado. Por tanto, activación no es lo mismo que ansiedad. La ansiedad representa un alto nivel de activación que produce sensaciones de disconfort y es una respuesta a una situación específica (suele hablarse frecuentemente en deporte de ansiedad precompetitiva al producirse antes de los partidos o de pruebas importantes). Finalmente el estrés se produce cuando la situación supera al jugador, es decir, se produce un balance negativo entre la situación percibida como estresante y las habilidades personales que impiden afrontar o superar esa situación.

El rendimiento óptimo se produce cuando el nivel de activación es el apropiado. Propuesta inicialmente por Yerkes y Dodson en 1908, la conocida relación en forma de curva de “U” invertida entre activación y rendimiento indica que el mayor rendimiento en una tarea se produce en niveles de activación intermedios. No debemos, por tanto, salir al campo de juego dormidos, pero tampoco sobreexcitados; intentaremos conseguir tener una sensación de que la energía fluye por nuestro cuerpo, lo que los anglosajones denotan como estar “psych-up” o “enchufado”.

Otras variables que modulan la relación entre activación y rendimiento son la dificultad de la tarea, y el nivel de aprendizaje. Cada habilidad rugbística tiene un nivel de activación óptimo. Así, Hodge y Mckenzie indican que realizar óptimamente diferentes actividades en rugby requiere de diferentes niveles de activación emocional y física: “patear y placar requieren de elevados niveles de motivación y concentración, pero el tipo de activación necesaria para realizar cada habilidad es diferente”.

Es interesante destacar que cada jugador tiene un nivel de activación diferente en el que desarrolla su máxima potencialidad. Hanin, en 1989, propuso la hipótesis de zona de óptimo funcionamiento (ZOF), sugiriendo que cada deportista tiene una banda específica, o zona de activación en la cual se producirán sus óptimos rendimientos.

Así, hay jugadores que desarrollan su máxima potencialidad con bajos niveles de activación y que normalmente reciben los apodos de hombre de hielo o se dice que tienen la sangre fría, frente a otros que necesitan entrar “calientes” al campo para jugar a su óptimo nivel. Cada jugador dependiendo de sus características personales, aprendizajes previos y experiencias tendrán una banda donde experimenta esa sensación de flujo.

Barnes y Swain identifican diversas fuentes de estrés que pueden afectar al jugador o al equipo y que pueden producirse durante los entrenamientos, antes del partido o mientras se desarrolla el mismo. Los factores pueden ser a) internos o personales: importancia dada a la competición, percepción de la habilidad de los adversarios, nuestra ejecución en los partidos anteriores, lesiones previas sobre todo si es el primer partido tras la misma, etc.; y b) externos o situacionales: condiciones atmosféricas, distracciones durante el partido, los viajes y la interrupción de las rutinas antes de la competición, las decisiones arbitrales, las expectativas de otras personas que pueden influirnos, etc.

Implicaciones prácticas
De lo expuesto anteriormente podemos extraer un conjunto de consecuencias y de aplicaciones prácticas. Algunas de ellas pueden implantarse de forma inmediata y otras implican un entrenamiento específico para luego integrarlas en el quehacer diario. Para adquirir un elevado rendimiento hay que salir al campo con un adecuado nivel de activación. De este modo, es muy importante bajar la activación en partidos destacados como los derbis, en aquellos que se puede ganar un campeonato o en los que nos jugamos un descenso; igualmente, es deseable subir el nivel de arousal de nuestros jugadores en partidos que a priori son extremadamente fáciles. En muchos de ellos hemos dejado escapar los puntos necesarios para ser campeones o para eludir un
descenso.

Veamos ahora algunas implicaciones prácticas de lo visto hasta el momento:
• Cada jugador debe auto conocerse cada día mejor y uno de los aspectos a evaluar es como identifica en sí mismo señales de baja activación o de sobre-excitación. Señales de baja activación son bajas pulsaciones, somnolencia, letargo, sopor, estar despistado y responder con lentitud, bajo nivel de concentración, lentitud para pensar, etc., mientras que sensaciones de sobreexcitación son tener mariposas en el estómago, miccionar con frecuencia, nauseas, altas pulsaciones, tensión muscular, estar irritable, ser incapaz de concentrarse para tomar decisiones, equivocarse, tener pensamientos negativos, etc. En ambos casos, cuando se esta “psych-out” se detectan síntomas fisiológicos, comportamentales y mentales y afecta a la concentración y a la tensión muscular con lo que aumenta también la probabilidad de padecer una lesión.

• Igualmente, el entrenador y el capitán deben conocer el grupo y detectar señales de baja o alta activación para poder actuar. Cada equipo funciona de forma diferente pero, por ejemplo, estar especialmente chistosos o bromistas son señales de baja activación mientras que estar cada jugador concentrado en sí mismo, con un silencio en el vestuario mayor del habitual pueden ser signos de sobre-excitación.

• La mejor forma de que cada jugador aumente su conocimiento sobre su nivel de activación es que aprenda técnicas de relajación (u otras como técnicas de respiración, entrenamiento autógeno, visualización, etc.). Estas técnicas ayudan a trabajar con los factores internos que producen estrés proporcionando al jugador habilidades de afrontamiento. Los grandes jugadores lo son, entre otras cosas, porque han aprendido a modificar su nivel de activación. Este nivel de aprendizaje ha sido adquirido en la mayoría de las ocasiones por auto-aprendizaje y sin saber muy bien cómo. Sin embargo, está claro que un deportista que no es capaz de controlar su activación no será un jugador de alto nivel. El control de tu nivel de activación es una ventaja evidente sobre tu adversario. Aquel que sea capaz de mantener sus capacidades físicas y mentales adecuadas tras interrupciones en el juego, por ejemplo, por haber recibido una agresión o no sobre-activarse porque el árbitro ha pitado una infracción que creemos que no es justa, tiene una amplia ventaja sobre otros jugadores que pierden el control. La relajación puede aplicarse en los días previos antes de los partidos, pero también en al campo en pocos segundos y volver a controlar nuestra activación rápidamente.

• Hay jugadores que tienen problemas con su nivel de activación, normalmente por sobre-excitación. Con ellos hay que realizar planes específicos de trabajo psicológico para que después lo integren en su juego. Hay multitud de técnicas para abordar el problema: inoculación al estrés, interrupción de pensamientos críticos, etc. También es adecuado trabajar con estas técnicas con jugadores que van a tener un estrés elevado en un momento puntual, como aquellos que regresan tras una importante lesión.

• El equipo técnico puede ayudar a reducir la activación en partidos importantes reduciendo la incertidumbre asociada a la situación. Así, por ejemplo entrenar el día previo en el campo donde se va a celebrar el partido (sobre todo cuando no se ha jugado nunca allí) reduce la incertidumbre. Cuando el jugador llega al campo el día del partido hay multitud de estímulos que ya no son novedosos. También puede reducirse la incertidumbre sobre el equipo oponente. Por ejemplo, visionar un video, montado previamente, con aquellos aspectos que deseemos destacar del equipo rival reduce la incertidumbre ya que proporciona información sobre el adversario. Se reduce la incertidumbre en mayor cuantía cuanto más desconocido es nuestro oponente.

• Trabajar con objetivos durante la semana de entrenamiento o para el partido es otra forma de poder modificar el nivel de activación grupal e individual. Por ejemplo, en un partido en el que nuestro equipo es claramente superior si proponemos objetivos de eficacia de nuestro juego (por ejemplo, en nuestros lanzamientos ganar siempre la línea de la ventaja) hace que mantengamos un buen nivel de activación. Igualmente puede hacerse cuando el rival es muy superior o en partidos con igualdad. Centrar a nuestros jugadores en tareas, más que en los resultados tiene entre otras consecuencias poder optimizar nuestro nivel de activación.

• Nuestros pensamientos también tienen reflejo en nuestra activación. Por ejemplo, la falta de auto confianza en nuestras opciones hace que aumente innecesariamente nuestro nivel de activación. Los entrenadores y capitanes tenemos gran influencia en como piensan nuestros jugadores. Si nosotros somos positivos en la forma de comunicarnos y en nuestras actitudes ello hará que el equipo sea positivo. Lo que decimos y la forma en como transmitimos la información tiene influencia directa sobre nuestros jugadores. Si queremos bajar el nivel de activación podemos dar confianza a nuestros deportistas hablando de nuestros puntos fuertes y de las debilidades del rival. Si queremos subirlo podemos hablar de nuestras flaquezas o de objetivos que nos quedan por alcanzar o de los puntos fuertes de nuestro adversario. Esta información puede ir dándose a lo largo de la semana y lograr que nuestros jugadores lleguen en óptimas condiciones, y con un nivel de activación adecuado para afrontar el partido. Podemos, además trabajar colectivamente de esta forma pero además incidir individualmente con aquellos jugadores sobre-excitados o sub- excitados para lograr una individualización y que todos los jugadores salgan al campo con su nivel óptimo de activación.

Extracto de: Rugby Soluciones, Rugby Magazine Nº 17

AdeU!

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